miércoles, 19 de marzo de 2008

Historia del petróleo en México III


Esta es la tercera parte de las charlas de DON Jesús Silva Herzog acerca de la historia del petróleo en México y del proceso histórico-económico-político que llevó a su expropiación por el General Lázaro Cárdenas y cuyo aniversario conmemoramos ayer en el Zócalo (¿hubo acaso alguna otra conmemoración que en verdad evocara el espíritu que inspiró el acto patriótico del 18 de marzo de 1938?).


Y efectivamente hubo una pasión terrible por obtener petróleo. Hubo una lucha de compañías contra compañías. Compañías inglesas contra compañías norteamericanas. En ocasiones una lucha de subsidiarias de una misma gran empresa, lucha para obte­ner los mejores terrenos petroleros. Lucha de las compañías contra el gobierno de México, de las compañías contra el pueblo de México. Un hervidero de pasiones. La historia del petróleo mexicano está llena de relatos sombríos, de chicanas, de incen­dios, de juzgados, de asesinatos. Muchas veces cuando un propietario se negaba a venderle sus terrenos a una compañía o a aceptar que explorara y explotara petróleo era asesinado, era quitado de en medio. Hay numerosos documentos. Hay incendios de juzgados para hacer desaparecer huellas de crímenes tremendos. A los dueños de te­rrenos generalmente se les pagaba una bicoca. Por ejemplo en el terreno donde estuvo el pozo Cerro Azul que produjo 75 millones de barriles de petróleo, se le pagó al pro­pietario por toda la explotación 200 mil pesos. Al dueño de los terrenos de Juan Casiano que produjo 75 millones de barriles se le abonaron 1000 pesos anuales de regalías; y el propietario de un lote en Chinampa, que produjo más de 70 millones de barriles, recibió durante el tiempo de la explotación la suma de 150 pesos de regalía por año.
Véase pues, cómo las inversiones extranjeras es lo que más deben desear los pue­blos subdesarrollados.
Pero hace un instante hablaba yo de la lucha de las compañías contra el pueblo, contra el gobierno de México. Es un hecho histórico perfectamente conocido que en el mes de noviembre de 1914, cuando el país se hallaba convulsionado, se levantó en armas pagado por las compañías petroleras el aventurero Manuel Peláez; y Manuel Peláez estuvo levantado en armas en la zona petrolera, con mercenarios pagados por las empresas, para sustraer a la obediencia del gobierno federal todas las zonas que podía sustraerle, hasta mayo de 1920. Este cargo de fílibusterismo no pueden negarlo las compañías petroleras.
Cuando las compañías petroleras pusieron el grito en el cielo fue cuando se pu­blicó la Constitución de 1917. Como ustedes saben la Constitución de 17 declaró que toda la riqueza subterránea del país, existente en nuestro territorio, pertenecía a la nación, y que esa riqueza subterránea, entre otros productos minerales, el petróleo, pertenecía a la nación y que esta propiedad era y es inalienable e imprescriptible.
El legislador del año de 17, movido por un profundo espíritu nacionalista, en cier­ta medida pero perfeccionando todo, volvió a la legislación tradicional española y de otros países del mundo. Vino la lucha tremenda de las compañías contra el gobierno de México en los grandes diarios norteamericanos, en los grandes rotativos del mundo, porque consideraban atentatoria esa Constitución que no reconocía los derechos adquiridos, reconocidos por todos los países civilizados. Y el embajador Joseph Daniels, embajador de los Estados Unidos en México, cuenta, y él lo sabe bien, y eso lo sabe bien porque él fue ministro de la Guerra de los Estados Unidos en el gobierno de Wilson; él cuenta en su libro Diplomático en mangas de camisa que los petroleros le pidieron a Wilson al entrar los Estados Unidos a la guerra, a la primera guerra euro­pea, que las tropas norteamericanas ocuparan la zona petrolera de México a lo cual se negó el profesor de Princeton. Y siguió la lucha, pero se apaciguó durante el gobierno del general Obregón, y se quedó la Constitución pero sin reglamentar el artículo 27, y no pasó nada hasta fines del 25 durante el gobierno del general Calles en que se expidió la Ley del Petróleo.
Eso produjo una tensión tremenda de las relaciones entre México y los Estados Unidos. Kellog, jefe del Departamento de Estado americano, dijo en alguna ocasión que México estaba en el banquillo de los acusados. ¿Por qué estaba México ante las naciones en el banquillo de los acusados? Porque había expedido una ley reglamen­taría del artículo 27 constitucional en cuanto a la cuestión del petróleo. ¡Y no sólo eso! Durante el gobierno de Calles descubrió —esto ha sido declarado oficialmente—, des­cubrió por medio de una deslealtad de una empleada de la Embajada de los Estados Unidos, unos documentos que probaban en forma irrefutable todo un complot de las compañías petroleras con el contubernio, digamos, de Kellog, jefe del Departamento de Estado y de Scheffield, embajador de los Estados Unidos en México. El general Calles hizo sacar copias fotostáticas de todos esos documentos. Según ellos, la reglamentación del petróleo se juzgaba atentatoria para los intereses norteamericanos en México. Los Estados Unidos declararían la guerra a México. Esos documentos en que todo estaba planeado para declararnos la guerra, fueron fotografiados y fueron enviados a todas las misiones diplomáticas de México en el extranjero. Una vez hecho eso, el general Calles, con una carta privada al presidente Coolidge le manifestó lo que había ocurrido. Le mandó los documentos originales de que el gobierno de México se había apoderado, y le dijo que todas nuestras misiones diplomáticas tenían esos do­cumentos y que al primer soldado norteamericano que pisara el territorio nacional, el primer jirón del territorio de la nación, esos documentos serían publicados en todos los países del mundo para que se conociera la infamia que se preparaba en contra de nuestro país. Coolidge desbarató el complot. Fue retirado Scheffield y vino como embajador en una actitud amistosa sin descuidar los intereses norteamericanos, el embajador Morrow, que en un desayuno con el general Calles, en Santa Bárbara, arregló el grave problema petrolero, simplemente reconociendo los derechos confir­matorios por medio de una sentencia de la Suprema Corte de Justicia; y por el momen­to estuvimos en paz varios años hasta 1935 en que se retiró la concesión de El Águila, y se le obligó a El Águila a reconocer el pago de impuestos de producción y de expor­tación como algo legítimo. Esto se logró gracias a la energía del secretario de Hacienda Narciso Bassols. El asunto es éste. Vale la pena explicarlo: El Águila, desde que el licenciado Luís Cabrera estableció un impuesto de producción al petróleo en el año de 18, inconforme con ese impuesto basado en su concesión de que hablamos al princi­pio, El Águila pagaba una suma inferior al impuesto causado con una nota que decía: "Bajo protesta, en calidad de depósito y a cuenta de impuestos futuros." Y así quedó la situación hasta 35. En consecuencia, El Águila estaba depositando dinero con la idea de que en un momento dado, en una coyuntura propicia reclamar que le dieran ese dinero que depositaba en la Tesorería de la Federación. Conociendo este asunto el licenciado Narciso Bassols, secretario de Hacienda, con quien yo desempeñaba entonces la tarea de Director General de Ingresos, hizo lo que se llama en la jerga familiar nuestra, una hombrada. Dio instrucciones a que no se permitiera que saliera ningún barco petrolero de El Águila, de ningún puerto mexicano; pero lo hizo cuando había varios barcos en Minatitlán, en Tuxpan y en Tampico. ¡Pues que no pueden salir los barcos! ¡Pues ahí vienen los apoderados a reclamar! Y entonces Bassols les dijo: No dejo salir un solo barco cargado de petróleo, mientras no me liquiden tantos millo­nes de pesos que me deben por los impuestos no pagados, porque nunca pagaban uste­des lo que debían pagar, y mientras ustedes no renuncien a esa clausulita en calidad de depósito y a cuenta de impuestos futuros. Y bueno, hasta ese momento no pasó nada, El Águila se sometió. Era, decíamos, los primeros meses de 1935. Ya no estaba lejos el 18 de marzo de 1938.

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