miércoles, 26 de marzo de 2008

Historia del Petróleo en México V



Última parte de la conferencia que Don Jesús Silva Herzog (nunca confundirlo con su muy menor descendencia) dictó en el Colegio Nacional en 1969. Recordamos que él fué uno de los principales protagonistas del proceso histórico-político-económico que llevó a la expropiación petrolera en marzo de 1938.


En la siguientes entregas del blog abordaremos otros temas relacionados con la historia del petróleo, así como de las razones técnicas, históricas y prácticas del por qué no debe de permitirse la privatización del petróleo mexicano en cualquier forma y eufemismo.


El acto expropiatorio causó una impresión tremenda en el país y en todo el mundo, era un acto temerario que un país mediano le lanzara el guante a las poderosísimas empresas explotadoras de petróleo.
Inmediatamente después de la expropiación, los técnicos de las compañías abando­naron su trabajo, y debo informar, que todos los técnicos de significación de mediano y alto nivel eran extranjeros. Pues bien, como antes dije, abandonaron sus funciones. Se presentó inmediatamente al país el problema de qué hacer para sustituir a estos téc­nicos y que no faltara el petróleo y sus derivados en la nación. ¿Qué fue lo que se hizo? Algo increíble, sin precedente. Improvisamos los técnicos. Y yo he dicho en más de una ocasión, que a los tenientes los hicimos coroneles, a los capitanes los hicimos ge­nerales de división; y hay un caso interesante que vale la pena relatar Un señor de nombre Federico Aznar, que era chofer repartidor de petróleo, fue designado superin­tendente de la Refinería de Atzcapotzalco, porque era el líder de los trabajadores de esa Sección... y Federico Aznar, dio la talla como superintendente. Y los tenientes ascen­didos a coroneles y los capitanes ascendidos a generales de división, cumplieron con su deber.
Hay algo más que debo referir las compañías ya en el mes de febrero de 1938, comenzaron a decir que México tenía que devaluar su moneda, provocando una gran alarma y el saqueo de la reserva monetaria constituida en el Banco de México. Los ca­rros-tanque alquilados a empresas norteamericanas, hicieron que cruzaran la frontera. Tuvieron cuidado, temerosas de lo que podía acontecerles, de que no hubiera un solo barco en puerto mexicano, y extrajeron de los bancos su dinero.
De manera que el 18 de marzo, el 19 de marzo, el 20 de marzo, la situación era muy seria, pero ¿qué fue lo que pasó? Pues lo que pasó fue, que los trabajadores con singular eficiencia y los ferrocarrileros que movieron los carros-tanque con gran celeri­dad, para diferentes lugares del país, prestaron notable servicio. El resultado fue éste: que no faltó gasolina, gas oil, petróleo, en ninguna parte de la nación, y que la indus­tria se fue comenzando a reajustar dentro de las nuevas condiciones.
El problema interno estaba siendo resuelto, con tropiezos, con dificultades, pero íbamos caminando. Pero el problema más grave fue el problema exterior, porque las compañías petroleras iniciaron una campaña feroz en contra de México. Empezaron a llenamos de injurias. En los periódicos de todo el mundo publicaban noticias; la Royal Dutch Shell, la Standard Oil Company, el petrolero norteamericano Sinclair, algunas compañías pequeñas, publicaban informes muy desfavorables a nuestro país; y decían que México era un país de bandidos, un país de ladrones, que ese petróleo que está­bamos explotando era un petróleo robado; e hicieron un boicot tremendo para que nadie nos comprara petróleo, para que nadie nos vendiera refacciones. ¿Y qué fue lo que pasó? Lo que pasó fue, que andando las semanas comenzamos a vender petróleo al exterior, aprovechando por supuesto las contradicciones de la sociedad capitalista, y el hecho de que el capitalismo no es una balsa, no es un barquichuelo que camina siem­pre por aguas apacibles. Hay competencia entre unos y otros dentro de ese régimen, de esa estructura económica. Hay lucha entre industriales contra industriales, comercian­tes contra comerciantes, etcétera. Bueno, pues bien, comenzamos a vender petróleo a una compañía de Houston, a una compañía refinadora de petróleo que se llamaba Eastern States Petroleum Company. Nos comenzó a comprar una cantidad de cierta importancia. Luego se presentó aquí uno de esos aventureros de alta categoría e inició negociaciones para que le vendiéramos petróleo a Italia y a Alemania. Y al poco tiempo comenzamos a venderle petróleo a Alemania y a Italia, y a venderle petróleo a otra compañía de los Estados Unidos con matriz en Nueva York, y que era una compañía inventada por la City Service Company, una de las compañías más poderosas de los Estados Unidos que necesitaba nuestro petróleo de Panuco.
De esta suerte, fuimos venciendo dificultades. También vendimos una cantidad pequeña de petróleo al Japón. Las democracias no quisieron comprarnos petróleo. Francia se negó a hacerlo por presión de Inglaterra. No era posible que las dificultades terminaran, no obstante que comenzamos a vender petróleo. Además vino la Segunda Guerra Mundial, que fue declarada como todo el mundo sabe el lo. de septiembre de 1939; y al poco tiempo, ya no fue posible venderle petróleo ni a Alemania, ni a Italia, ni al Japón. Volvió a crearse una situación difícil; pero el país iba caminando con su petróleo. El problema del pago de lo expropiado estuvo siempre en el tapete de la dis­cusión.
El gobierno de Roosevelt aceptó como acto legítimo de México la expropiación de los bienes de las empresas petroleras, pero exigiendo a través de su Departamento de Estado, que México pagara pronto y en forma equitativa y justa. Hubo algunas negociaciones sin éxito en el año de 1939; pero recuerdo que en enero de 1940 tuvi­mos una conversación en la Embajada de México en Washington el Lic. Eduardo Suárez, secretario de Hacienda entonces, el embajador Castillo Nájera y yo con un re­presentante de Sinclair, de la Consolidated Oil Corporation. Los bienes de Sinclair en México representaban el tercer lugar en importancia. Primero El Águila, después la Huasteca, a continuación Sinclair. Tuvimos una plática con un representante de Sinclair, que fue el líder entonces famoso de apellido Lewis, y en esa ocasión se habló de la posibilidad de entrar en negociaciones con el dicho personaje.
A fines de marzo de 40 se me ordenó que fuera a Washington a asesorar al emba­jador Castillo Nájera para el arreglo con Sinclair.
Las negociaciones comenzaron el lo. de abril de 1940, en secreto. El representante de Sinclair fue el coronel Hurley, un hombre muy importante en los círculos políticos y administrativos de Washington, pues había sido secretario de Guerra en el gobierno de Hoover. Y empezamos a trabajar.
El 4 de abril, los Estados Unidos enviaron al gobierno de México una nota muy poco diplomática, bastante fuerte, diciendo que México no había pagado las indem­nizaciones agrarias, que México no quería pagar ni podía pagar; pero de todos modos siguieron las negociaciones que terminaron con el mes de abril antes citado.
Al terminar las conversaciones quedamos en que México pagaría a Sinclair la can­tidad de 8.500,000.00 dólares en petróleos y en 5 años. Yo redacté el más importante de los documentos. En la última cláusula se decía, fundamentalmente que México expropiaba los bienes de la Consolidated Oil Corporation, en uso de su soberanía. Esta cláusula incuestionablemente tenía singular importancia, por el precedente que esta­blecía. Recuerdo un domingo en que en la biblioteca de la Embajada de México en Washington, conversé, discutí con Hurley la situación. Hurley me dijo que había ha­blado con Sinclair y que no estaba dispuesto a aceptar la cláusula de la expropiación; que proponía que se dijese que México pagaba 8.500,000.00 dólares a la Consolidated Oil Corporation, por compra que de sus propiedades en México hacía nuestro gobier­no. Agregó Hurley que Sinclair estaba decidido a sostener este punto de vista y que no cambiaría. Bajé a conversar con el embajador sobre el asunto: le informé de cuál era la actitud de Hurley y Sinclair. Después, agregué: señor embajador, hemos trabajado intensamente durante casi un mes; si no se acepta la cláusula de la expropiación, teng­amos el valor de fracasar. El embajador estuvo de acuerdo conmigo. Subí a comu­nicárselo a Hurley, quien se mostró contrariadísimo, muy desazonado. Sin embargo, me dijo: voy en estos momentos a Nueva York, a ver si puedo convencer a Sinclair. A las 11 de la noche, Hurley me habló a mi hotel, diciéndome que Sinclair aceptaba. Ésta fue una importantísima victoria para México.
Dos años más tarde se celebraron negociaciones entre el gobierno de México y el gobierno de los Estados Unidos para resolver el asunto del resto de las empresas norte­americanas. Se llegó a la conclusión de que México pagaría a esas empresas, entre las cuales estaba la Huasteca Petroleum Co., subsidiaría de la Standard Oil Co. de New Jersey, la suma de 25.500,000.00 dólares. Pero quedaba pendiente El Águila, la empre­sa inglesa, subsidiaría de la Royal Dutch Shell, de la que se decía, entonces, que la mayoría de sus acciones estaban en poder de la Corona británica. El Águila se mostró renuente a negociar con el gobierno de México durante varios años. En 1946 hizo proposiciones que no fueron aceptadas porque resultaban demasiado onerosas para el país. Al fin, el 29 de agosto de 1947 se consumó el arreglo con la compañía aludida. Se convino en pagarle 81.250,000.00 dólares por sus bienes; 25.594,000.00 dólares por intereses insolutos; y además 23.496,000.00 por intereses caídos del 17 de septiembre de 1948 en que se haría el primer abono, hasta el 17 de septiembre de 1962 en que se haría el último. Incuestionablemente, al reconocerle a El Águila 25.000,000.00 de dólares por intereses del 18 de marzo de 1938 al 17 de septiembre de 1948; es decir, durante los 11 años, equivalió a reconocer que la culpa de no haber llegado a un arre­glo con anterioridad correspondía al gobierno de México y no, como era la verdad que correspondía, que era culpa de El Águila. De todos modos, El Águila hizo un gran negocio; los negociadores mexicanos en esa ocasión fueron demasiado generosos. Creo que la historia será muy severa con ellos; ella dirá la última palabra. (...)